La destrucción sistemática de nuestros maravillosos paisajes costeros, por nuestras malas acciones ya ha borrado huellas y sólo quedan vestigios de aquel espléndido escenario natural. La especulación inmobiliaria y la demanda creciente por poder tener una vista al mar lamentablemente han arrasado con una composición natural única de color, sonidos, flora y fauna silvestres, entre otras formas de vida.
La sucesión impresionante de hitos de hormigón armado incrustados en laderas y dunas son testigos de esta irreversible pérdida. Incomprensible la poca visión y conciencia sustentable en todo su sentido, ¿qué le estamos dejando a las futuras generaciones?, una larga fila de edificios ocupando todo espacio posible que tenga la virtud de generar una vista al mar, sin ninguna vergüenza ha fallado una visión territorial que resguarde estos patrimonios colectivos, que además generan identidades culturales a través del paisaje.
Algarrobo, Reñaca, ConCón, Horcón, Maitencillo, Papudo, entre muchos otros, ya son lo mismo y esta construcción también afecta gravemente los ecosistemas, los equilibrios naturales y entre otras consecuencias ha eliminado las arenas de muchas playas. Poco a poco va desapareciendo de nuestras mentes esas maravillas naturales, incluso algunos lugares construidos como los palafitos de Chiloé que son ilegales, pero parte del patrimonio turístico y colectivo frente a un monstruo como el mall de Castro, que mañosamente contó con permisos legales. Nunca será lo mismo llegar a esa ciudad.
Falta construir una nueva ética sobre los bienes naturales y el espacio común que si puede ser digno y equitativo.
Por Uwe Rohwedder – Arquitecto; Académico Escuela de Arquitectura y Paisaje; Universidad Central de Chile.
Fuente: La Razón
Comments